miércoles, 27 de octubre de 2010

LA VOCACIÓN DEL CATEQUISTA, Un llamado apasionante

Sábado dos de la tarde, Marina, una señora de 40 años, se dirige con la mirada en alto, paso seguro y una linda sonrisa dibujada en su rostro, debajo del brazo un bolso con el rostro de Jesús impreso y una inscripción que se lee claramente: SOY CATEQUISTA.

Ella se dirige al salón parroquial de una de las comunidades de la ladera donde es recibida con abrazos, besos y mimos que le hacen sus “hijos adoptivos”, como ella llama a los veinte niños que prepara para recibir por primera vez a Jesús Sacramentado.

Ella sabe y es consciente que catequesis (“según el eco”) consiste en la educación ordenada y progresiva de la fe (tiene un comienzo, un desarrollo, y no termina nunca –es “permanente”-), ella reconoce que sus ser de catequista implica un llamado de Jesús y de la Iglesia para serlo. Un llamado que requiere de ella una escucha atenta y una respuesta positiva (de fe) de aquel o aquella a quien va dirigido.

Este llamado-escucha-respuesta, es una vocación que en el catequista se hace vida en el anuncio de Jesús, esto lo aprendió Marina en el Programa de Catequesis a Distancia que cursa la Arquidiócesis de Cali al leer el documento de Puebla (Nº 994-998), de este estudios e desprende que el discípulo catequista debe tener:

1º) Fidelidad a Jesús Resucitado, a su Palabra (CEC 75.100) tanto escrita (Sagrada Escritura), como oral (Tradición Viva a través de la Sucesión Apostólica de los Obispos, que se remonta a la Comunidad Apostólica formada por Jesús y los Apóstoles), ambas interpretadas auténticamente por el Magisterio de la Iglesia (compuesto por el Papa y los Obispos en comunión).

2º) Fidelidad a la Iglesia, es decir al Magisterio Ordinario y Extraordinario del Papa y de los Obispos que, como dijimos, por la sucesión apostólica poseen el carisma de la verdad, y que componen el Magisterio de la Iglesia, encargado de custodiar, explicar, aclarar, proclamar la Revelación, tanto escrita (Sagrada Escritura) como oral (Tradición Viva –distinta de las tradiciones eclesiales-CEC 83) CEC 85-87.)

3º) Fidelidad al ser humano. Es decir, asumir y purificar los valores de la cultura, de la religiosidad popular, de la realidad donde se anuncia el mensaje (CEC 1674-1676.1679) descubriendo la ausencia o presencia de Dios en lo cotidiano (trabajo – estudio – familia – religiosidad).

4º) Conversión y crecimiento. Es el proceso de seguimiento de Jesús, de ser sus discípulos y del crecimiento en la santidad personal. El cristianismo es una Persona, y esa Persona es Jesús.

5º) Catequesis integradora. Es decir, conocer la Palabra de Dios y saber anunciarla. Celebrarla en la liturgia, principalmente en la Eucaristía, los demás sacramentos, y la Liturgia de las Horas, y la lectura orante de su Palabra, y aun más testimoniarla en la vida a través de las virtudes, en el trabajo, la familia, la escuela o universidad, el barrio, la oficina, el club, etc., tal y como lo vive Marina en su vida diaria, los trescientos sesenta y cinco días del año.

6º) Usando una metodología ordenada (Puebla 1009).  Es el mismo Jesús quien propone el método más corto para hacer crecer en la fe a sus interlocutores: escucha atenta de sus luces y sombras, anuncio de su Palabra Iluminado el camino, celebración gozosa con el Resucitado y llevando a vivir el sentido de la Misión al contar a todos la vida en Cristo (Cf. Lucas 24)

Esto también implica el uso de conocimientos pedagógicos, sociales, antropológicos, a la vez de, herramientas y recursos apropiados, sin olvidar el uso de los medios de comunicación para la pastoral.

7º) Y todo esto en forma “permanente”, es decir, desde la infancia hasta la ancianidad, ya que el proceso de crecimiento y de unión con Dios es ilimitado. Un discípulo con vocación de catequista tiene en cuenta este aspecto.

Así, Marina vive su llamado, su vocación, con una alegría que le brota por los poros, que se le nota en sus palabras, en su mirada, en sus acciones, que por pequeñas que sean están iluminadas por el amor de Dios que vive en ella como discípula de Jesús.

Por:
PEDRO ANTONIO ORTIZ CARDENAS
Comunicador y Catequista