El concepto de familia hoy en día es muy amplio pero hay características que las debe conducir, como ser un espacio fundamental de la sociedad y donde se debe vivir el cálido de amor y la protección en el cual el ser humano, papa y mama, hijos e hijas se sienten contenidos, acolitados, reconocidos, estimulados y sobre todo amados y conducidos.
Si en la familia se cultivan los valores del evangelio podremos descubrir en ella el secreto de la verdadera paz, de la mutua y permanente concordia, de la docilidad de los hijos, del florecimiento de las buenas costumbres está en la constante y generosa imitación de la amabilidad, modestia y mansedumbre de la familia de Nazaret, en la que Jesús, Sabiduría eterna del Padre, se nos ofrece junto con María, su madre purísima, y San José, que representa al Padre celestial
Es en la familia donde se debe vivir y enseñar sobre la fidelidad castidad, amor mutuo y santo temor del Señor; espíritu de prudencia y de sacrificio en la educación cuidadosa de los hijos; y siempre, siempre y en toda circunstancia, en disposición de ayudar, de perdonar, de compartir, de otorgar a otros la confianza que nosotros quisiéramos se nos otorgara. Es así como se edifica la casa que jamás se derrumba».
Igualmente cuando los miembros de una familia aprenden a comunicarse identificando el: cómo, cuándo, dónde y en que tono hablarse; de tal forma que logran construir una relación positiva y sólida, han dado un paso vital, contribuyendo a que la familia cumpla con su misión al crear condiciones para que todos los involucrados se sientan: queridos, apoyados, tomados en cuenta y con posibilidades reales de ser mejores personas.
De esta manera cuando el Señor “sale al encuentro de los esposos cristianos por medio del sacramento del matrimonio (...), el amor conyugal auténtico es asumido por el amor divino y se rige y enriquece por la virtud redentora de Cristo y la acción salvífica de la Iglesia, para conducir eficazmente a los cónyuges a Dios y fortalecerlos en la sublime misión de la paternidad y de la maternidad” . El amor humano, inserto en la Historia de Amor que es el plan de salvación de Dios, es testimonio de un amor más grande que el hombre mismo, es imagen real del amor de Cristo por la Iglesia. El “modo verdaderamente humano” de vivir el compromiso y la relación conyugal es condición necesaria para que sea sacramento, es decir, realidad sagrada, signo eficaz del amor de Cristo por la Iglesia.