UN
INSTANTE DE TERNURA
Todo sucede en un cuarto sombrío donde un rayo de sol ilumina tenuemente el lánguido espectáculo; las paredes rústicas de ladrillo sucio; una cama metálica, un pequeño butaco de madera donde se pueden ver claramente unas gafas, un reloj despertador, un cuadro fotográfico con una imagen ya borrada por la acción de los años; las paredes están cubiertas en su mayoría de cuadros de importantes hombres y mujeres que han escrito la historia de los grandes pueblos; el techo a dos aguas y con las vigas ya carcomidas denota la falta de limpieza, las arañas han tejido verdaderas obras de arte y un agujero en medio de dos tejas que no están compactas, deja traslucir un rayo del sol que al atravesar los finos hilos de las telarañas dibujan pequeños arcos iris.
En uno de los más oscuros rincones que forman las paredes de este inhóspito lugar parece suceder un dialogo que no puede ser escuchado a más de un metro; la poca luz del cuarto deja ver como dos muletas puestas una encima de la otra parecen entrar en una profunda discusión:
-Tu no me dejas respirar, pesas mucho y además estas arruinando la poca pintura que aún me queda.
-Que alegas, si tú ya llevas dos noches que duermes encima mío y ese alambre que te han puesto para que no te desarmes me ha hecho daño.
-De todas formas, solo espero que nuestro Juancho se levante de una vez para librarme de ti.
-Para que deseas que ese injusto nos toque si siempre nos trata muy mal, mira como tiene mi lomo, ya no tengo espuma y su sobaco me talla.
-No seas sufrida, para esto estamos aquí, para servir.
-Si, pero tampoco pues.
Shiiis.. silencio... Dijo en voz baja “Muletin” la muleta que sufre por tener encima a su inseparable amiga, se va levantando el viejo gruñón.
En efecto un escuálido cuerpo de ciento ochenta centímetros de alto y cincuenta kilos de peso empieza a retorcerse, en medio de las cuatro cobijas que lo enrollan y que lo hacen perder en medio de ellas mismas.
Unos brazos se levantan y la voz de Juancho se escucha en el recinto.
Muleeeeet,
La muleta tierna, que se precia de ser extranjera y es más nacional que el despertador que no suena para nada, dice en voz muy baja:
Ooooh. Me dolió mi pequeño oído, siempre hablando fuerte,
no entiendo para que o por que
Muletin le responde en el mismo tono de voz:
- Ya empezó nuestro día, aquí viene nuestro dueño a azotarnos y a echarnos toda la culpa de sus males.
Juancho se ha incorporado con gran dificultad, sus brazos han hecho todo el trabajo para que sus piernas queden descolgadas, se empieza a desplazar por el borde la cama, son sus brazos su sistema locomotor, se acerca al rincón donde ha dejado sus muletas que ahora se han convertido en “sus pies”, esas muletas que le regalaron después que se fue borracho en su moto y se dio contra un bus, que con las llantas traseras le destrozo el ochenta por ciento de sus valiosas piernas.
Juancho llego al borde de la cabecera, estiro sus musculosos y largos brazos y no alcanzo a agarrar sus muletas que estaban asustadas, de nuevo empezaba el martirio, Juancho contrario a lo que las muletas pensaban dijo:
- “Vengan déjense coger que hoy he soñado que ustedes hablaban y recriminaban mi actitud, hoy estoy agradecido, las voy a llevar donde mi amigo Lenis, el cerrajero, y ya verán como las va a dejar”, -
Mientras hablaba se había desplazado un metro más hacia su objetivo, de nuevo estiró su brazo izquierdo y ahí las toco, solo faltaba tres centímetro y medio para poder acogerlas.
Mulet y Muletin parecían encogerse, no querían iniciar un nuevo suplicio, por haber cerrado su ojos para que Juancho no las viera y por estar rezando para librase de esos bruscos brazos no habían escuchado las dulces palabras de su rudo dueño.
Juancho, ya las tenía a su alcance, solo faltaba que cerrara su mano, sin embargo renuncio a este eminente hecho y dejo caer su brazo sobre el borde de la cama, se desplazó hacia las muletas unos centímetros más, eran segundos interminables para Muletin y Mulet, Juancho pronunciaba otras palabras dulces.
-Si las cojo desde aquí seguro se me caen y no quiero que desde hoy mis “pernas de acero” sufran más, empezare a quererlas.
Ya estaba listo, las tomo con una ternura jamás sentida por sus muletas y las trajo sobre si, las puso sobre sus flácidas piernas y empezó a limpiarlas con la aún caliente cobija que hizo cosquillas al roído metal de las dos muletas.
En ese momento se escuchó un grito ensordecedor que lleno todo el cuarto.
Mulet y Muletin despertaron, se miraron a sus ojos y comprendieron que todo lo vivido lo estaban soñando, Juancho ya estaba gritando con odio y rencor:
-...Donde están mis hijueputas muletas”...