jueves, 16 de abril de 2009


MONSEÑOR ISAIAS DUARTE CANCINO Y LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA

El sol de los venados se cernía sobre los cerros tutelares de la ciudad, mientras cientos de personas se acercaban al templo del Buen Pastor, donde el obispo llegaría a casar a más de cien parejas que después de un arduo trabajo catequístico unían sus vidas o permitían que Jesús bendijera sus existencias.

El ambiente era de alegría, jolgorio, y fiesta, los hijos de las parejas acompañados de los nietos, sobrinos, primos y familiares venidos de lejos, atestaban el sitio que se estaba quedando pequeño para el evento.

El obispo, rumbo al templo leía el diario periodístico que esgrimía las palabras que el presidente de la república había vociferado en su contra por la advertencia del uso de dineros del narcotráfico en campañas políticas, “si el cura tiene pruebas que las muestre y sino que se calle”, los nervios de acero del obispo se fortalecían con la oración constante y el trabajo denodado en pro de sus fieles: veinticinco colegios en sectores populares, Banco de Alimentos en funcionamiento, universidad para lo pobres, Centro de Evangelización, Pastoral social fortalecida con el departamento de Comisión Vida Justicia y Paz, un hospital para niños en pleno auge, dos fundaciones de atención para indigentes, y un recio carácter en la celebración de la fe, daban certeza del testimonio cristiano de ese diminuto hombre que hasta en medio de un combate de guerrilla y militares se abría paso con autoridad en nombre de la Fe y autoridad ética, moral y cristiana que siempre lo acompañaba.

Después de celebrar los matrimonios, aconsejo al cura de la parroquia saludo a todos y cada uno de los niños que le cogían su mano, bamboleo su enfermo brazo para saludar a quienes se hallaban mas lejos e inicio su camino, al cielo, digo, su camino al vehículo que lo transportaría a la siguiente reunión de fe que estaba en su agenda.

Faltaba poco para abordar el vehiculo y de la nada aparecieron dos jóvenes que pistola en mano le propinaron dos tiros en la parte trasera de su cabeza, “lo pusieron a comer polvo”, jerga popular entre los narcotraficantes, para identificar que el asesinato era de su autoridad, y es verdad, el cuerpo del obispo se desplomo y quedó con su cara en tierra, y sintio en su rostro el cálido ambiente que le daba su propia sangre.

No podía ser más profético y trascendental su muerte en la parroquia del Buen Pastor, en medio de los pobres y llevado al hospital donde atienden a las víctimas de la violencia que ensaña con los más deprimidos, allí en una camilla fría y sin abrigo alguno quedó el cuerpo de pastor, del MARTIR POR LA PAZ de una Colombia que lloró su muerte y que tiene la esperanza que una tierra de mártires sea la semilla de nuevos y renovados cristianos.

Este hecho, narrado crónicamente es la muestra de una Iglesia que día a día, años tras año, siglo a siglo sigue poniendo su cuota de sangre, de sacrifico, de pundonor y de sabiduría para la construcción de sociedades que deben ser perneadas por el amor, la justicia y la solidaridad.

El que monseñor Isaías Duarte Cancino haya caído muerto por sus proféticas denuncias, y por su testimonio de acción clara a favor de los más necesitados es una razón mas para creer que sin edictos, sin leyes, sin normas a la luz pública se gestan persecuciones a los hombres y mujeres de la Iglesia que con valentía denuncian y anuncian como profetas consagrados por su bautismo, las luces y sombras que se ciernen sobre sus comunidades y que afectan a los poderosos de turno, a los sistemas de gobierno, económicos, culturales o comunicativos.

Aún hoy, veintiún siglos después de la encarnación e inicio de la Iglesia, esta es un valuarte de la humanidad, una “tacita” de la moral y las buenas costumbres que son producto de sus convicciones en el amor a Dios y al prójimo como así mimos. Y es que la Iglesia con su pensamiento social logra unir la razón y la fe para producir gérmenes de esperanza en medio de las vicisitudes que la sociedad vive.

Con el testimonio de tantos y tantas cristiana que viven su fe con ardor, con entusiasmo, y valentía se siguen dando teofanías, visitas de Dios a la tierra, que a través de sus pastores y fieles manifiestan que hay una sola verdad, que el relativismo mediático en el que nos han imbuido es solo una distracción para seguir cosechando frutos económicos, de poder y de gobierno.

Es la verdad, Jesús encarnado y su propuesta de Reino de Dios, la que aun hoy sigue siendo referente seguro, no solo para pensadores de la Iglesia, sino y también para todos aquellos que desean mostrar que la Iglesia es un peligro para los estados, que siguen promoviendo el politeísmo pagano, y mostrando que la fe cristiana no es verdadera en cuanto, según ellos, es una propuesta más en medio de mercado religioso que se está dando.

Los que piensan según estos últimos postulados, se olvidan de la divinidad de la Iglesia, de universalidad que ella persigue y de la historicidad de sus prácticas, que son una tradición segura y que no pueden negar la influencia que ella ha tenido, no solo en la sociedad romana de los siglos II y III, sino también en estos inicio del siglo XXI, caso demostrado con el testimonio martirial de un obispo, de una ciudad, de un país que muchos no conocen.

Aun a pesar de los múltiples idiomas que se hablan en el mundo actual, hay un solo lenguaje que la Iglesia predica y aplica en todos los confines de la tierra, el lenguaje del amor, esa unidad de predicación la hace solida, fuerte y sostenible en el cronos del hombre que con esperanza renovada cada día con el rito de la Eucaristía, aguarda el Kairos definitivo que lleve a plenitud el trabajo hecho por hombre y mujeres de todos los tiempos.

De esta forma la doctrina social de la Iglesia no ha quedado en el pasado, o en múltiples textos guardados en un anaquel, todo ese pensamiento de la fe Cristiana sobre el devenir de la sociedad se hace vida en el día a día de un cauce (Iglesia) que lleva un agua (Cristo), para que todos los que deseen se zambullan en sus corrientes y logren la salvación que este mundo no les va a dar.

He dicho.


Por:
PEDRO ANTONIO ORTIZ CARDENAS
Estudiante Maestría en Ética Social a la luz de la D.S.I

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