EL TRABAJO HUMANO Y SU UTILIDAD EN LA HUMANIDAD.
La teoría y la práctica personal me han enseñado que el trabajo humano proviene del Ser Supremo que queriendo poner al hombre a ayudar en su proyecto de creación le dio todo lo hecho por sus manos para que este lo administrara, orden donde subyace un acción que se traducirá en trabajo.
Administración de los bienes recibido para y como un medio de santificación y de animación de las realidad terrenas, para que estas adquirieran un sentido espiritual.
«Dios ha destinado la tierra y cuanto ella contiene para uso de todos los hombres y pueblos. En consecuencia, los bienes creados deben llegar a todos en forma equitativa bajo la égida de la justicia y con la compañía de la caridad ».(GS 69), Este principio se basa en el hecho que « el origen primigenio de todo lo que es un bien es el acto mismo de Dios que ha creado al mundo y al hombre, y que ha dado a éste la tierra para que la domine con su trabajo y goce de sus frutos (cf. Gn 1,28-29). Dios ha dado la tierra a todo el género humano para que ella sustente a todos sus habitantes, sin excluir a nadie ni privilegiar a ninguno. He ahí, pues, la raíz primera del destino universal de los bienes de la tierra. Ésta, por su misma fecundidad y capacidad de satisfacer las necesidades del hombre, en al medida en que el mismo hombre con su trabajo produzca lo necesario para su bienestar y de la comunidad en general.
Es deber del hombre y un derecho de el mismo proveer alimentación, habitación, trabajo, educación y acceso a la cultura, transporte, salud, libre circulación de las informaciones y tutela de la libertad religiosa, y todo esto se puede alcanzar en al medida que el trabajo este supeditado al bien común, bien común al que se le debe respeto.
En este sentido toma relevancia las palabra del apóstol Pablo en la segunda carta a los Tesalonicenses, capitulo 3, verso 10, “si alguno no quiere trabajar que tampoco coma”, es con el trabajo honrado y denodado que cada uno debe suplir sus necesidades primarias y contribuir al orden de la sociedad; si alguno no trabaja se vera obligado a tomar lo que no le pertenece y empieza asi el desorden social y el rompimiento del tejido humano en el que fuimos creados y para el que fuimos creados.
El trabajo así visto, en perspectiva bien común, no puede estar ajeno al desarrollo sostenible de la naturaleza, por ende el trabajo debe estar en los limites de responsabilidad económica, ecológica, tecnológica, y todo en un claro marco de respeto de la persona huma a quien se debe todo lo creado.
Ahora bien un elemento constitutivo v de la persona es el hacer, sus propio cuerpo esta apto para que este se aproveche de todo lo que esta a su alrededor, desde sus propias manos acondicionadas para adaptar el medio a sus necesidades, hasta su propio espíritu que es en si mismo movimiento, hasta proveer para su cuerpo el sustento diario, el espíritu de laboriosidad puesto en lo más profundo del ser humano le obliga a estar en constante acción, dejando de lado la ociosidad, evitando los malos deseos y procurando tener algo para dar al que este necesitado, configurándose así con el dador de vida, Jesucristo.
El trabajo se convierte entonces en un medio de santificación, “Los fieles laicos deben fortalecer su vida espiritual y moral, madurando las capacidades requeridas para el cumplimiento de sus deberes sociales. La profundización de las motivaciones interiores y la adquisición de un estilo adecuado al compromiso en campo social y político, son fruto de un empeño dinámico y permanente de formación, orientado sobre todo a armonizar la vida, en su totalidad, y la fe. En la experiencia del creyente, en efecto, « no puede haber dos vidas paralelas: por una parte, la denominada vida “espiritual”, con sus valores y exigencias; y por otra, la denominada vida “secular”, es decir, la vida de familia, del trabajo, de las relaciones sociales, del compromiso político y de la cultura ».” (C.D.S. 546).
La síntesis entre fe y vida, y en ella la espiritualidad que yo ponga en mi trabajo, requiere un camino regulado sabiamente por los elementos que caracterizan el itinerario cristiano: la iluminación que de mi trabajo, yo haga desde la Palabra de Dios; la celebración litúrgica del misterio cristiano, como acción de gracias por el trabajo realizado; la oración personal, entes, durante y después del trabajo; la experiencia eclesial auténtica, enriquecida por el particular servicio formativo de prudentes guías espirituales; que deberán enseñar la doctrina que sobre el trabajo tenga la Iglesia, el ejercicio de las virtudes sociales y el perseverante compromiso de formación cultural y profesional.
Son estas características especiales de un caminar a la santidad en medio del trabajo que representa una dimensión fundamental de la existencia humana no sólo como participación en la obra de la creación, sino también de la redención. Quien soporta la penosa fatiga del trabajo en unión con Jesús coopera, en cierto sentido, con el Hijo de Dios en su obra redentora y se muestra como discípulo de Cristo llevando la Cruz cada día, en la actividad que está llamado a cumplir. Desde esta perspectiva, el trabajo puede ser considerado como un medio de santificación y una animación de las realidades terrenas en el Espíritu de Cristo.
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