Para empezar, ceniza. Para terminar, agua
La Cuaresma empieza con el gesto de la ceniza. Pero acaba con agua de la noche pascual.
Ceniza al principio. Agua de bautismo al final. Ambos gestos tienen una unidad dinámica.
La ceniza ensucia. El agua, limpia. La ceniza habla de destrucción y muerte. El agua es la fuente de la vida en la Vigilia pascual.
Esta relación se encontraba ya en el curioso rito de la ceniza de la vaca roja, totalmente consumida por el fuego, que servía en el A.T. para destacar el valor de las aguas lústrales en las que se purificaba simbólicamente toda impureza (Nm 19; también Hb 9, 13 alude a estas cenizas).
Y también en esa noche de Pascua encendemos fuego que es luz, renovación, vida resucitada.
De la ceniza al fuego vivo. La Cuaresma empieza con ceniza y acaba con fuego y agua; del pesimismo de nuestra caducidad, la ceniza nos conduce a la visión pascual. Como la cruz de Cristo, con toda su carga de muerte y fracaso, nos asegura la Pascua de la nueva vida.
Es tiempo reflexión y de conversión: "Conviértanse a mí de todo corazón" (Jl 2), "reconcíliense con Dios" (2Co 5): este es el mensaje que las lecturas del día proclaman. Se trata de iniciar un "combate cristiano contra las fuerzas del mal" (Oración colecta) y todos tenemos experiencia de ese mal. Por eso tienen sentido "estas cenizas que vamos a imponer en nuestras cabezas, en señal de penitencia" (Monición del Misal antes de la imposición).
Adaptación:
PEDRO ANTONIO ORTIZ CARDENAS
Catequista
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